domingo, 16 de marzo de 2014

Mala suerte

Soñaba con ser quemado vivo como las brujas de antaño, en una pira pública al mejor estilo de las novelas negras que solía leerle Valentina, la chica gótica que nadie volvió a ver. Para lograrlo, tenía la costumbre de atravesarse frente a los parroquianos que salen de las homilías nocturnas con la intención inequívoca de provocar desgracias en sus vidas.

El mezquino animal atribuía entre sus logros la quiebra de varios comerciantes, y creía firmemente que gracias a él las camillas ocupadas del hospital se había incrementado. Malvado como era, la gente nunca relacionó a Edgaralan con los incidentes. Cuando se empezaron a hacer evidentes, atribuían los hechos extraños a brujas, duendes y cacalamandrejas. 

Un día se fijó como objetivo a un mocho devoto, se le atravesó en el atrio casi haciéndolo caer; el hombre perdió la pierna que le quedaba debido a una viga que cayó mientras dormía esa misma noche. Fue después de este incidente que la gente comenzó a atar cabos y el rumor de que únicamente los feligreses eran propensos a sufrir calamidades comenzó a infectar los oídos de la gente. El gato se sintió extasiado el día que escuchó chismorrear aquello un grupo de incautos. Por fin se reconocerían los frutos de su trabajo.

Incontenibles y espantosos fueron los alaridos del psicópata cuando presenció los sucesos del anochecer. Una turba vociferante, armada con palos y antorchas recorría las calles del pueblo disponiéndose a hacer realidad su muerte de ensueño pero nadie le buscaba. El animal nunca calculó que sospecharían más fácil de un sacerdote cuyas prédicas terminaban en fatalidades por encima de un tierno gatito blanco que rondaba el templo parroquial.

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