Los doctores sabían que su cuerpo lo
rechazaría, las enfermeras estaban desconcertadas, los pacientes estaban
felices desde el día que se anunció. Un embarazo era lo que el hospital
necesitaba para levantar los ánimos, especialmente desde que había muerto el
viejo que se sentaba junto al árbol…
A medida que pasaban los días era más
evidente, todos los síntomas se dieron según lo esperado, y para los pacientes
la alegría crecía proporcionalmente con el vientre. La expectativa los mantenía
a todos mansos, por lo que ciertamente no solo los enfermos lamentarían el día
en que el proceso se vio interrumpido.
El aborto se dio de forma natural: el
abdomen volvió a su tamaño original al igual que los pechos y la cadera, las
nauseas cesaron y nunca más volvieron las ganas de vomitar.
El hospital mental lloró la muerte del bebé; el hombre solo necesitó de un
corto momento de lucidez para darse cuenta de que el embarazo estaba en su
mente.
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