lunes, 31 de octubre de 2011

El número del Diablo


-¿Quién diablos es? –preguntó una voz enfadada-.
-Pablo –respondió una voz inocente-.
-¿y que demonios quieres?.
-no sé.
-entonces, ¿para qué rayos llamaste?.
-solo estaba jugando con el teléfono.
-¡estos malditos niños! –gritó aún mas enfadado- ¡Voy a colgarte!.
-¿por qué?.
-porque estoy muy ocupado.
-¿usted es un abogado? –preguntó el niño sin dar tiempo-.
-no, ¿por qué demonios piensas que soy un abogado?
-mi papi es un abogado y siempre está muy ocupado.
-¡No! No soy un maldito abogado –gritó iracundo- y no tengo trabajo porque yo soy el diablo!.
-¿y qué es el diablo?
-¡Maldición!... ¿Cuántos años tienes engendro?
-seis
-¿y no sabes quien es el diablo?¿nunca has visto a alguien rojo, con cachos y cola?
-¿cachos y cola? Mmm…. Una vez vi un toro, pero era negro
-¡No!, te dije que yo soy rojo! –gritó nuevamente-.
-¿y la gente no se asusta cuando lo ve?
-Ahora ya estas entendiendo –suspiró un poco aliviado y pasó a explicar- mi trabajo es hacer que la gente se asuste, que me tengan miedo, ¿comprendes?.
-nop, no entiendo nada, usted dijo que el diablo no tenía trabajo.
-¡Demonios! –gritó sobresaltado- ¡te voy a colgar, maldito!
-bueno, chao, tenga un buen día –respondió inocentemente el niño-. Inocencia que detuvo al diablo justo antes de lanzar la bocina al fuego, y le hizo  pensar que el alma de un niño no se presenta todos los días de manera tan voluntaria.
-¿te gustaría cambiarme tu alma por alguna cosa? –preguntó con ánimo de retomar la conversación-.
-no, ya tengo de todo.
-¿no quieres un carro?
-no sé conducir
-¿una casa?
-ya tengo una
-esa es de tus padres ¿no quieres una para ti solo?
-no, me gusta vivir con ellos.
-¡condenado bastardo!-dijo mientras perdía la calma- ¿es que acaso no tienes ambiciones?
-¿Qué son ambiciones?
-¡Cosas que quieras! ¡Yo puedo darte cualquier cosa que quieras! ¿Qué es lo que más te gustaría tener?
-Me gustan los juguetes –exclamó algo indeciso-.
-Ahhhhh! ¡juguetes! –exhaló emocionado el demonio- yo puedo darte muchos.
-Entonces ya sé lo que quiero –dijo Pablito con tono de decisión firme-.
-Sólo pídelo –respondió excitado- y será tuyo  a cambio de tu alma.
-¡Quiero tener dos almas! –dijo finalmente el niño-.
-¿¡QUEE!?? –saltó desconcertado-.
-Tu dijiste que me darías cualquier cosa –explicó tranquilo el pequeño- y yo quiero tener dos almas para cambiarte una por muchos juguetes.
-¡Pero yo no puedo darte dos almas chiquillo insolente! –respondió furioso-.
-Entonces creo que estoy perdiendo mi tiempo contigo –dijo resuelto el niño de seis años-.
-Ahh ¿¡TU! estas perdiendo el tiempo conmigo? –preguntó retóricamente sumergido en un mar de indignación-.
-sip –respondió Pablito sin mas comentarios.
-Mira niño, me conocerás cuando crezcas -le dijo con cierto rencor- eso te lo prometo. Y finalmente lanzó el teléfono al fuego. Se quedó pensando en el tiempo que perdió con aquel chiquillo y en las almas que dejó de cosechar durante ese tiempo; ese fue el día que aprendió que un alma inocente tiene el poder para salvar también a las que no lo son.


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