El príncipe desafió el mandato de su padre al pedir al chef
ternera al horno en lugar de perdiz ahumada para la cena. El chef por sus parte escondió cuanta
ternera y cuanta perdiz tenía disponible, pues ya había comenzado a preparar la sazón
para la langosta. A la noche, tanto rey como príncipe se hicieron los de la
vista gorda en cuanto a sus preceptos gastronómicos. Mientras los veía chuparse
los dedos, el chef se vanagloriaba delante de sus ayudantes de cocina de ser él quien mandaba en los banquetes, mientras ellos hacían lo posible porque él no viera los platos que habían servidos en la mesa real.
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